En 1975, tras
dos años del Golpe de Estado, el partido Comunista chileno acusaba al MIR y a
la ultraizquierda de ser “El Caballo de Troya del Imperialismo”[1]
y le atribuía una gran responsabilidad en el desenlace de la Unidad Popular al
fortalecer la posición de los sectores contrarrevolucionarios, esto no era sino
una nueva manifestación de la constante lucha entre los marxistas leninistas contra
lo que Marx denpmonó "infantilismo revolucionario" en su crítica a Louis Auguste Blanqui, un activista revolucionario francés que quiso
usar de base al movimiento estudiantil parisino a mediados del siglo XIX y que con
su idealismo solo consiguió derrotas.
La extrema
izquierda no comprende una verdad elemental, que los cambios solo se producen
cuando se tiene la fuerza para liderarlos y realizarlos, y ello hace
indispensable el contar con una mayoría social expresada en las organizaciones
sociales, una mayoría política expresada en organizaciones políticas que canalicen
los anhelos del pueblo (partidos políticos) y una mayoría institucional expresada en los diversos
espacios de poder del Estado, pues de lo contrario el proyecto revolucionario
se vuelve estéril y sus aspiraciones inmediatas que superan en exceso su real
capacidad los vuelve un blanco fácil de los sectores reaccionarios. En palabras
de Lenin: “Mientras no tengáis fuerza para disolver el parlamento burgués y
cualquier otra institución reaccionaria, estáis obligados a actuar en el seno
de dichas instituciones… De lo contrario, corréis el riesgo de convertiros en
simples charlatanes”[2].
Con
esa tozudez la ultra tiene a su haber una historia de fracasos estrepitosos y
una responsabilidad ineludible en los grandes retrocesos sociales; conocida es
su dura crítica y desconfianza con el eventual triunfo de Salvador Allende[3]
sumado a los constantes llamados que harían con posterioridad a los Partidos de
la UP para formar un Frente que ¡hiciera oposición a su propio gobierno!
Con
posterioridad su opción por la vía armada como método de lucha “en todos los
frentes” contra la dictadura, ahora acompañados por el PC y sectores del
socialismo, no solo sirvió para fortalecerla y recrudecer la persecución de los
opositores al régimen, sino que para cooperar en la campaña de desprestigio de
la protesta social y atemorizar a importantes sectores de la población.
La
ultra hoy se viste nuevamente de seda y se expresa como un proyecto
revolucionario, esta vez con la novedad de que su rechazo a los partidos
políticos – nuevamente todos burgueses y reaccionarios – encuentra oídos en la
ciudadanía, con la misma monserga
discursiva de siempre, intolerante y violenta.
Historiadores y
sociólogos representativos del sector aseguran que el modelo se resquebraja o
que incluso nos encontraríamos ante una “coyuntura revolucionaria” lo cual no
solo es una argumentación forzada y fundada en hitos puntuales que no
necesariamente están conectados, sino que también está lejano a la realidad
pues aún en una perspectiva marxista de revolución se exige una organización,
consciencia de clases y de fraternidad que no se puede apreciar en
prácticamente ningún movimiento político ni social chileno, y menos desde la
perspectiva cristiana que exige altos niveles de compromiso, cohesión social y
de organización comunitaria. Al santificar los movimientos sociales parecen
olvidar que “los indignados” en España no impidió que triunfaran en las
elecciones españolas los sectores más conservadores lo que recuerda que las
masivas protestas en Estados Unidos en los 60 no impidieron el triunfo de
Richard Nixon o que tras Mayo del 68´ hubo que esperar 13 años para que un
gobierno socialista triunfara en Francia. En resumen, no son movimientos heterogéneos
y de masas los que producen los cambios sino que son comunidades organizadas,
“minorías de choque”[4]
en la idea de Maritain, “minorías creadoras”[5]
como sostiene Toynbee o “minorías organizadas y conscientes”[6]
en la idea de Lenin.
La
inconsistencia, por tanto, es algo común en el discurso de la ultraizquierda,
rechazan la violencia estatal pero legitiman la violencia callejera, rechazan
el monopolio de los medios de comunicación y la censura pero respaldan
regímenes autoritarios extranjeros, despotrican contra los partidos políticos
pero se constituyen en organizaciones políticas verticales muy similares a
éstos, rechazan la instrumentalización de los movimientos sociales pero los
quiebran cuando éstos no siguen sus lineamientos y posturas, etc. La
incoherencia entre su teoría y la práctica se hace evidente.
Las
tesis que levantan dejan más dudas que respuestas, ¿Cómo se realizan los
cambios? ¿Cómo se mide si el pueblo comparte esos cambios si nuestra actual e
imperfecta democracia no es el medio? ¿Quiénes son los que liderarán esos
cambios? ¿Si la institucionalidad no responde a las demandas de la mayoría se
deberá recurrir a medidas extra-institucionales? ¿Será la violencia o
derechamente la vía armada ese camino alternativo? ¿Se puede derrotar por esa
vía el enorme poder político, económico, comunicacional y social de la derecha
chilena?
En
el movimiento estudiantil esta inconsistencia se hace muy patente, más que mal
la Unión Nacional de Estudiantes (UNE) y otros sectores independientes de ultra
izquierda lideran buena parte de las Federaciones Estudiantiles del país;
muchas de ellas ganadas en elecciones fraudulentas y otras derechamente por
golpes internos en medio de las movilizaciones estudiantiles. Su incapacidad de
entender cuando avanzar y cuando replegarse, la violencia verbal y física
contra quienes discrepan de sus ideas y la inconsistencia de su mensaje
produjeron una enorme desafección con el movimiento estudiantil en algunas
casas de estudio y peor aún un crecimiento electoral importante de la derecha
universitaria.
Su actitud
tolerante, por no decir promotora, de la violencia en los diversos espacios produce
efectos precisamente contrarios a los que busca; le permiten a la derecha reaccionaria
disfrazar y evadir el debate sobre materias económicas, políticas o sociales en
que son clara minoría llevando la discusión al plano de la seguridad y la
defensa del Estado de derecho, valores que son naturalmente compartidos por la
inmensa mayoría de los chilenos.
En
síntesis, su fanatismo resultan ser trabas importantes para avanzar en
construir movimientos sociales y políticos más cohesionados y con capacidad de
respuesta a los enormes desafíos que tiene el país; además de que brindan
oportunidades a la derecha para defender el desorden establecido que han
impuesto. Se hace imprescindible por lo tanto no dejar de llevar con ellos el
debate ideológico para dejar patentes las inconsistencias y su responsabilidad
histórica, pero por sobre todo para no perder de vista lo importante que es que
los cambios políticos y sociales solo pueden alcanzarse logrando la unidad
política y social del pueblo chileno constituyéndose en una mayoría social,
política e institucional.
[1] “El ultraizquierdismo, caballo de Troya del Imperialismo” 1975
[2] La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo, 1920
[3] "¿Qué puede ocurrir en septiembre? Que los allendistas pueden
obtener una mayoría electoral lo que no significa la conquista del poder por
los trabajadores. Porque la llamada Unidad Popular es reformista y apaciguadora.
Asegura la pasividad de los trabajadores. Los adormece con el opio
electoralista y parlamentarista. Buscará el entendimiento con los
patrones. ¿Entonces? El MIR llama a prepararse para acciones realmente
revolucionarias. Un paro nacional. Ocupación de fábricas. Si existen
mercaderías en las bodegas... a repartirlas. Planear el levantamiento de
barricadas. Preparar cócteles Molotov." Declaración Pública del MIR Citada
en revista Ercilla Nº 1837, del 2 al 8 de septiembre de 1970, p. 10.
[4] El Hombre y el Estado, Jacques Maritain.
[5] A study of History, Arnold J. Toynbee.
[6] Discurso sobre el Papel del Partido Comunista, 23 de Julio de 1920,
V. I. Lenin.