Habiéndose cumplido
el plazo para inscribir a los candidatos que se presentarán a las primarias
legales aprobadas recientemente, ninguna coalición someterá a sus candidatos a
dicho mecanismo para las elecciones parlamentarias con la sola excepción de
Renovación Nacional que lo hará para resolver las disputas internas entre sus
candidatos. La situación ha provocado una guerra de recriminaciones y el hecho
de que movimientos como Revolución Democrática renunciaran a negociar un pacto
parlamentario con la Concertación.
En
este escenario parece relevante señalar que las primarias son un instrumento
alternativo en que se convoca a la ciudadanía para resolver las disputas entre
partidos o al interior de ellos sobre quienes deben ser los candidatos que se
presentarán a la elección definitiva. Por
tanto, es un instrumento distinto del que ha primado en la democracia chilena,
el cual ha sido la negociación de los partidos y la definición de las
plantillas al interior de cada uno de ellos. La observación que realizo es que
las primarias son más pertinentes y adquieren mayor significación cuando se
realizan como etapa previa de una elección mayoritaria como sería la de
alcaldes o la presidencial, generando una competencia que evite la dispersión
de votos de un determinado sector. No tiene sentido efectuar una elección
primaria en un sistema proporcional, el cual permite que todos compitan en la
elección definitiva, y tampoco en nuestro sistema electoral binominal puesto
que se realiza una primaria en que hay dos ganadores dejando al segundo ya derrotado y
desmoralizado tres meses antes de la elección definitiva.
Sin
duda, el aura de legitimidad que le otorga a los candidatos resultar electos
mediante este procedimiento ha impulsado la regulación legal de las elecciones
primarias, aún cuando éstas tienen una serie de defectos que, más que
fortalecer la democracia, pueden terminar generando perjuicios mayores que los
que se buscan evitar.
De hecho, lo
que observa en la práctica y, a pesar de lo que insistentemente se plantea, las
primarias no son un buen mecanismo para renovar la política o, al menos, no más
que el mecanismo de negociar o decidir internamente las candidaturas por los
partidos. Lo anterior, porque las primarias, como toda elección, implican
gastos de altas sumas de recursos para los candidatos y favorecen a quienes
tienen una votación mucho más firme y leal, aunque sea minoritaria, por sobre
aquellos que puedan tener una mejor evaluación ciudadana y un margen mayor para
crecer electoralmente. En términos simples, las primarias no eligen al mejor
candidato para la elección definitiva, sino simplemente al que convoca a más ciudadanos
en una elección cuya participación no supera, por lo general, ni el 5% de los
electores. Así, el ex alcalde que ya perdió una elección puede ser un pésimo
candidato para la elección definitiva pero a su vez, ganar cómodamente una
primaria contra cualquiera que se atreva a desafiarlo.
Otro problema,
aún más grave, es que el criterio de que “todos vayan a primarias” de manera
que sea una elección mayoritaria la que filtre los candidatos de una coalición puede
terminar provocando el efecto más propio de dichas elecciones que es eliminar
la posibilidad de que los partidos “chicos” lleguen a la elección definitiva y,
en consecuencia, que estos prefieran restarse de conformar pactos electorales.
En términos prácticos, los partidos minoritarios electoralmente, como el
Radical o el Comunista, han logrado tener presencia parlamentaria precisamente
por medio de la negociación política; de otro modo no hubiesen podido acceder
al Congreso en el escenario actual.
En
consecuencia, el instrumento de las primarias no ofrece ventajas comparativas considerables
respecto a la negociación y definición interna de los partidos. Más bien, se ha
transformado en una salida de escape a la falta de democracia interna de éstos,
pero no en una salida que resuelva los problemas de fondo de nuestro sistema
electoral, que es la falta de competencia en la elección definitiva y el poco o
nulo interés de la ciudadanía de participar en elecciones cuyos resultados en
la inmensa mayoría de los casos son previsibles.
En este
proceso, Revolución Democrática acusa a los partidos políticos de “actuar con
la calculadora” y de ambición de poder, como si las negociaciones
parlamentarias no consistieran precisamente en una medición de fuerza para
determinar dónde y con quienes competirán los que serán futuros parlamentarios
y como si los partidos tuvieran fines culturales y recreativos. Lo importante
es que la centro izquierda sea capaz, más allá de los berrinches y del
procedimiento que elija, de actuar con responsabilidad, negociando o a través
de primarias, y diseñe un pacto electoral eficaz que permita obtener la mayor
cantidad de doblajes para lograr la mayoría política necesaria para modificar
las reglas que rigen nuestro sistema electoral binominal.