martes, 3 de septiembre de 2013


                En las últimas semanas se ha desenvuelto un escenario insólito desde el regreso de la democracia; la firma de un compromiso para reformar el sistema electoral entre los senadores de la Nueva Mayoría y de Renovación Nacional que forman parte de la Comisión de Constitución del Senado permitió iniciar un debate muchas veces postergado precisamente por la falta de votos necesarios para aprobar esta iniciativa.


                El acuerdo que será votado en la Cámara Alta pretende aumentar de los 38 senadores actuales a 44 agregando dos en cada una de las circunscripciones de la Región Metropolitana y creando una nueva, Arica y Parinacota. Junto con ello modifica las restantes circunscripciones de tal manera que éstas abarquen enteramente las regiones. De este modo, se elegirían cuatro senadores con un mecanismo proporcional en las nuevas circunscripciones de Valparaíso, Maule, BíoBío, Araucanía, Metropolitana Poniente y Metropolitana Oriente, subsistiendo el binominal en el resto de las regiones.
                A su vez, en la Cámara de Diputados el proyecto realiza un importante redistritaje que, junto con aumentar en 14 el número de parlamentarios (que se distribuyen en las Regiones de Valparaíso, Bio Bío y Metropolitana), mantiene los cuatro distritos binominales en las zonas extremas y modifica los restantes de forma de aplicarles un sistema proporcional, quedando dieciocho distritos que elegirán 4 diputados y nueve  que elegirán 6.
                La reforma es sustantiva en la medida que permite resolver varias falencias del actual sistema electoral. En ese sentido permitirá aumentar los candidatos que postularán por cada pacto aumentando la oferta en las distintas coaliciones; bajará el umbral para el acceso de nuevas fuerzas políticas; mejorará las posibilidades de que una fuerza política se imponga sobre otra en ciertos distritos y romper los empates; y, finalmente, garantizará una cierta proporcionalidad entre los votos obtenidos y la representación parlamentaria de los distintos partidos.
                La amplitud del acuerdo permitiría su aprobación sin mayores inconvenientes. Sin embargo, la UDI en un intento de torpedear el acuerdo ha criticado duramente el eventual  aumento de parlamentarios entre otras razones por el aumento del gasto que ello supondría junto con señalar que ello será rechazado por la gente; de hecho, el diputado Gustavo Hasbún señaló que con esta reforma “los partidos se están tratando de arreglar los bigotes”.
                La UDI omite – o evita- el debate electoral de fondo para colgarse de uno de los aspectos de la reforma que por cierto es impopular pero no por ello injustificada. Es cierto que el grueso de los puntos que se pretenden resolver con una reforma electoral se puede alcanzar sin el mencionado aumento de parlamentarios; sin embargo, hay uno de ellos que no, o al menos no de una forma que pueda hacer viable la reforma misma.  Me refiero al principio de igualdad de voto, uno de los cuatro que componen lo que conocemos como sufragio universal (junto a su carácter universal, secreto y directo) y que está reconocido junto a los otros en nuestra Constitución. Dicho principio implica que el voto de cada uno de los ciudadanos que componen el padrón electoral tiene una igual influencia en resultado final con independencia de cualquier otro factor, ya sea propiedad, clase, raza, religión, sexo u orientación política. Ahora bien, ello no basta. Se requiere, además, que dicha igualdad no se vea distorsionada por la conformación de las circunscripciones electorales de modo tal que un ciudadano ubicado en distintas zonas geográficas tenga mayor influencia que uno que ejerce su derecho a sufragio en otra. Es este último punto el que se ve claramente vulnerado en nuestro sistema electoral vigente y su distritaje; en efecto, la dictadura al dictar la Ley orgánica constitucional de votaciones populares y escrutinios en el año 1989 y al diseñar en ella los distritos tomó en consideración los resultados del plebiscito del año anterior resultando una subrepresentación de las zonas urbanas en que el régimen había obtenido bajos resultados. Ello tiene como consecuencia, 23 años después, que un elector en Aysén tiene 60 veces mayor influencia en la elección de un diputado que el que tiene un ciudadano de La Florida o Maipú. Si bien la ley orgánica citada logró aprobar el control preventivo del Tribunal Constitucional que le quitó todo valor a la consagración de la igualdad del voto en la Carta fundamental[1] y temerariamente también al resto de los principios, ello no obsta a que sea un imperativo de los parlamentarios resolver este error en la tramitación de la reforma electoral planteada, sobre todo porque como señala el prestigiado académico Dieter Nohlen:  “el postulado de la igualdad del voto es hoy, sin duda, el más importante de todos los principios del derecho electoral”[2]
Acordado lo primero, la pregunta concreta debiese orientarse a cómo resolver esta deuda pendiente en el sistema electoral. Una primera opción, que no requiera aumentar parlamentarios, implicaría un redistritaje agresivo que significaría reducir la representación parlamentaria de ciertas zonas del país, lo que en los hechos provocaría que muchos parlamentarios votaran por eliminar su propio escaño. Es decir, una idea con nula viabilidad. Una segunda opción, y que es la que se ha tomado, es la de aumentar en un cierto número los diputados a elegir distribuyendo dicho aumento en las zonas urbanas más subrepresentadas del país morigerando la enorme desigualdad en el valor del voto que existe actualmente. Esto último, evidentemente, hace más viable la reforma y su aprobación definitiva.
Este es el debate que debe realizarse dado que el costo económico del aumento de parlamentarios no es tal como se amenaza. Esto, dado que la Cámara de Diputados cuenta con excedentes y el aumento de diputados es moderado; menos válida aún es la crítica en el Senado puesto que la eliminación de los senadores designados en 2005 no implicó una reducción del presupuesto; es decir, se podrían aumentar hasta a 48 los senadores sin que ello implique la inyección de nuevos recursos.
Por cierto que esta reforma no es definitiva y quedarán temas que deberán ser resueltos con posterioridad, tales como una nueva regulación de los partidos políticos o el financiamiento de la actividad pública y las elecciones mismas; pero ello es solo una confirmación de que las democracias son un proyecto y que deben estar en permanente desarrollo y perfeccionamiento.
En síntesis, la reforma electoral que se plantea a partir del amplio acuerdo en el Senado permitirá que Chile pueda contar con un sistema electoral más representativo y apto para traducir el voto de los electores en parlamentarios que los representen de mejor manera,  intensificando con ello el funcionamiento de nuestra democracia.





[1] Rol N°67 de 1989,  Tribunal Constitucional.
[2] Dieter Nohlen “Sistemas Electorales y partidos políticos”, 2004